Imagina a un niño inquieto en una iglesia, caminando de un lado a otro sin poder quedarse quieto en el banco. Escuchaba los susurros de la gente comentando sobre mi «mal comportamiento», sin conocerme. Nadie sabía, por ejemplo, que tengo un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que me aburro fácilmente y que cuando niño era mucho más difícil para mi. Era el payaso, el que quiere ser protagonista y siempre quedaba como el que no se sabía comportar.
Pero en lugar de recibir un regaño, un párroco me extendió la mano y me dijo: «Vente conmigo». En ese momento, sin darme cuenta, estaba teniendo mi primera gran lección de liderazgo.


Lo que sí sabía es que la música me hacía feliz, desde niño
Lo que comenzó como una simple tarea para mantenerme ocupado —ser monaguillo— se convirtió en mi primer rol de liderazgo. Lo que parecía una actividad rutinaria terminó en la responsabilidad de organizar y dirigir a un grupo de 32 monaguillos. Desde entonces, cada etapa de mi vida me ha enseñado algo nuevo sobre lo que significa liderar: primero en la iglesia, luego en la escuela, más tarde como padre, empresario y mentor.
Pero no siempre tuve claridad sobre qué tipo de líder quería ser, solo que daría lo mejor de mi para hacerlo bien, en especial como el papá que mis hijos necesiten en cada etapa.
Liderar no es solo mandar
Siempre he sido una persona con iniciativa. A lo largo de mi trayectoria, nunca me faltaron seguidores… pero tampoco detractores. Era el jefe, sí, pero ¿realmente inspiraba? ¿La gente me seguía porque quería o porque no tenían otra opción?
Este cuestionamiento me llevó a estudiar la Escala de Liderazgo de John Maxwell, que divide el liderazgo en cinco niveles:
- Posición: La gente te sigue porque tiene que hacerlo.
- Permiso: Te siguen porque les agradas y confían en ti.
- Producción: Te siguen por los resultados que generas.
- Desarrollo de personas: Te siguen porque los ayudas a crecer.
- Pináculo: Te siguen por lo que representas y quién eres.
Cuando entendí esto, algo dentro de mí cambió. Me di cuenta de que había pasado gran parte de mi vida liderando desde los primeros niveles, desde la posición y los resultados, pero no necesariamente desde la inspiración genuina.
Fue en ese momento, lo que llamo mi midlife awakening, cuando decidí cambiar mi enfoque. Yo no quería que me siguieran solo porque era el dueño de una empresa o porque tenía éxito financiero. Quería impactar vidas, desarrollar personas y liderar con propósito.
Te recomiendo mi blog: ¿Qué hace a un líder?
El liderazgo es una elección diaria
Un líder no se define por su título, sino por sus acciones. Ser un verdadero líder implica decidir cada día escuchar más de lo que se habla, entender antes de juzgar y servir antes de exigir.
Aprendí que liderar es servir, y servir significa:
- Escuchar activamente: No solo oír, sino entender las preocupaciones, aspiraciones y necesidades de mi equipo.
- Tener empatía: Ponerme en los zapatos del otro, ya sea un empleado, un socio o un cliente.
- Cuidar la confianza: La confianza es el pilar del liderazgo; una vez perdida, es difícil recuperarla.
- Desarrollar personas: Un verdadero líder no se mide por cuántos empleados tiene, sino por cuántas vidas impacta.
Para mí, el liderazgo de servicio es la clave para trascender. Entendí que mi rol como mentor y empresario no era solo generar resultados, sino formar a otros para que también lo hicieran.
Te invito a leer: ¿Qué es liderar con empatía?
Liderar a líderes: El reto más grande
Uno de los mayores desafíos que enfrenté fue liderar a otros líderes. No es lo mismo liderar personas que contratas que liderar empresarios con negocios propios. ¿Cómo convences a alguien de seguirte cuando no tiene que hacerlo?
Aquí fue donde la comunicación efectiva y la vulnerabilidad jugaron un papel clave. En lugar de imponer autoridad, aprendí a conectar desde la autenticidad. Me permití ser humano, real y transparente, algo que en el mundo empresarial muchas veces se ve como una debilidad, pero que en realidad es una gran fortaleza.
El verdadero éxito de un líder
A lo largo de mi trayectoria, he aprendido que el liderazgo no es un destino, sino un camino en constante evolución. No se trata de cuántos negocios fundaste ni de cuántos empleados tuviste, sino de cuántas personas ayudaste a crecer.
Hoy, mi meta no es solo ser un empresario exitoso, sino alcanzar el nivel más alto del liderazgo: el pináculo, donde la gente te sigue no por obligación, sino por respeto y admiración genuina.
Quiero convertirme en un líder que inspire, que ayude a otros a crecer y que cree comunidades. Si al final de mi vida he impactado a la suficiente cantidad de personas, entonces habré cumplido mi propósito.
Así que la pregunta que me hice a los 40 años es la misma que te dejo hoy:
¿Qué tipo de líder quieres ser?